El termómetro solo marca -8 °C en un invierno suave en Europa, cuando lo normal en estas fechas en Kiruna (Suecia) sería estar a -15 °C.
“Está bastante templado. Yo he llegado a estar a unos treinta bajo cero”, comenta Marianne Nordmark, empleada del Ayuntamiento y natural de Kiruna.
Todo es frío, nieve y oscuridad en una ciudad situada 145 kilómetros al norte del círculo polar ártico. Pese a todo, ofrece prosperidad nórdica a quien se atreva a instalarse en un entorno tan extremo que hasta los lugareños huyen hacia el sur.
A las dos de la madrugada, el paisaje tiembla ligeramente a golpe de dinamita. Las sacudidas sirven para horadar la mina de la que se extrae el 80 % del hierro de la Unión Europea. A diario se saca metal como para construir 12 veces la torre Eiffel.
Ese hierro que explota la empresa pública sueca LKAB, dueña también de la mina de Malmberget, es el origen de todo en Kiruna, una localidad que se fundó en 1900 específicamente para arrancar el metal del suelo.
3 kilómetros al este
Un siglo después y con unos 23.000 habitantes, Kiruna afronta tres desafíos:
— Desterrar el CO₂ de su industria
— Esquivar el declive demográfico
— Desplazar el centro de la ciudad 3 kilómetros al este porque se asienta en torno a una mina que colapsará.
La mudanza, que empezó en 2004 y terminará en 2035, afecta a unos 6.000 vecinos, a los que las autoridades ofrecieron viviendas nuevas o dinero.
Además de las moradas, se trasladan 20 edificios históricos intactos. Por ejemplo, una iglesia de madera de 1912, que se conoce como “el santuario del pueblo nómada”.
El faraónico esfuerzo responde a que las ricas minas del Ártico sueco avanzan a paso firme hacia un futuro tan prometedor como su pasado.
En el siglo XX, LKAB fue puntera en la fabricación de pequeñas bolas de hierro concentrado llamadas “pellets”.
Todo iba bien, pero el cambio climático exige a la industria reinventarse y LKAB apostó por hacer unas “esponjas” de hierro con una técnica pionera que no emite dióxido de carbono.
“Tenemos 4.000 millones de toneladas de reservas, más de lo que se ha minado hasta ahora”, explicó el consejero delegado de LKAB, Jan Moström.
La versión sostenible de ese producto férreo, en fase experimental, es aún mucho más cara que la sucia. Pero es el único futuro posible y cuenta con el pleno apoyo de la UE, que aspira a impulsar una revolución industrial verde con energía renovable.
Los incentivos jugosos de Kiruna
Kiruna tiene además tierras raras, el maná de la electrificación, y el porvenir se perfila tan halagüeño que necesita unos 7.000 nuevos residentes para nutrir la expansión minera.
Las condiciones son extremas, pero los incentivos también son jugosos: un joven puede ganar unos 3.000 euros brutos mensuales al acabar la enseñanza secundaria y los salarios van en aumento según la cualificación.
No se precisan solamente mineros o ingenieros. También hacen falta electricistas o fontaneros y trabajadores para tiendas, restaurantes y transporte. Y no es necesario hablar sueco, con el inglés basta.
Alquilar un piso individual cuesta 500 euros, los gastos mensuales de un apartamento de 85 metros cuadrados son 150 euros, los filetes de pollo salen a 7 euros el kilo en el supermercado y medio litro de cerveza en un bar cuesta 6,5 euros.
Hay un aeropuerto, una estación de tren y otra de esquí, una universidad técnica, un hotel de hielo, saunas, piscina cubierta y un centro de la Agencia Espacial Europea.
Desde ahí se lanzan globos estratosféricos para estudiar las auroras boreales, el gran regalo del cielo durante los seis meses de oscuridad casi absoluta que envuelven la ciudad, preludio de otro medio año de sol casi perpetuo proyectándose sobre llanuras con bosques, renos y lagos.
Si no fuera porque se necesitan múltiples capas de ropa térmica y avanzar con dificultad sobre una gruesa capa de hielo, uno creería estar pisando el mismísimo paraíso terrenal en Kiruna.
“Es una cultura y un clima diferente. Lo amas o lo odias”, resume Sigfrid Vestling, una arquitecta sueca criada en Francia que se instaló en 2019 en Kiruna.
Kiruna es la ciudad donde nació la madre de Sigfrid, encontró trabajo en planificación urbanística y acabó casándose con un kirunés.